#Cuba VALIENTES: “Superar el miedo puede hacernos mejores seres humanos” (+ Video)

A esta hora, Tatiana y Pablo deben estar en una especie de vigilia inevitable. Ellos y otros colegas cumplieron ayer 14 días trabajando directamente con pacientes positivos a la COVID-19, en la sala E del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK).

Hoy, nos dijeron vía Whatsapp, comenzaba la cuarentena obligatoria que debían pasar antes de abrazar la familia y volver, si aún fuese necesario, a la sala hospitalaria de donde han salido en cuerpo, pero siguen conectados. Es parte del ejercicio médico no desentenderse del enfermo, aún en el aparente descanso.

Hay en estos días de batalla contra el nuevo coronavirus incalculables historias, dentro y fuera de los centros que han sido escogidos para la atención a los pacientes contagiados, pero quizás una de las más conmovedoras sea la de estos dos jóvenes médicos clínicos, unidos en la profesión y en el amor desde hace 8 años.

Tatiana Prieto Domínguez tiene 31 años y estudió Medicina en la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana. Se graduó en el 2012, y se hizo especialista en Medicina Interna en el hospital Carlos J. Finlay en el 2015. Solo dos años después, en 2017, comenzó su maestría de infectología y enfermedades tropicales en el IPK.

En ese mismo año, Pablo Sariol Resik, hoy con 27, se graduaba como médico de la Facultad Finlay Albarrán de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, y comenzaba a estudiar la especialidad en Medicina Interna, de la que se graduaría en el 2019, para comenzar a trabajar en el hospital Freire de Andrade.

Tatiana, un año antes, en 2018, ya había comenzado a formar parte del colectivo del IPK.

Viven en La Habana, junto a la abuela de Pablo, y también en compañía de Toby, un perrito Pekinés al que aseguran extrañar mucho por estos días. Aunque aún no tienen hijos, poder formar una familia ha sido una aspiración desde que decidieron casarse. Un buen momento, dice Pablo, puede ser cuando toda esta tormenta pase y sus vidas regresen a la normalidad. Es ese un pensamiento que les ha dado vueltas en la cabeza en los últimos días.

“Nos conocimos hace 9 años, en una guardia de Medicina Interna en el hospital Carlos J. Finlay”, rememora Pablo, y entre un montón de recuerdos que regresan una y otra vez, son constantes los de una relación que ha crecido y se ha consolidado entre hospitales y pacientes. “Estamos muy unidos tanto en el plano emocional como en el profesional, y la relación que tenemos ha sido una fortaleza en este momento difícil”.

“La conocí haciendo un proceder que se llama paracentesis y consiste en extraer líquido del abdomen de pacientes que se acumula por alguna condición médica. Era la primera vez que lo veía hacer y para mí fue fascinante verla a ella realizar la técnica. Puedo decir, aunque suene un poco cursi, que para mí fue amor a primera vista. Me enamoré perdidamente de ella y después de mucho luchar, un año después comenzamos una relación como novios. Hace dos años nos casamos, un 3 de marzo. Ya llevamos dos años viviendo juntos como esposos, con una relación armónica de amor y cariño, y pensamos que se mantenga así por mucho más tiempo”, confiesa el joven especialista.

“Usamos el poco tiempo libre que tenemos en descansar, para poder estar al cien por ciento en el momento de enfrentarnos a los pacientes. Pero también en el día a día tenemos que dejar un tiempo para estudiar, para repasar las publicaciones que salen constantemente sobre esta enfermedad, para estar informados y conocer los nuevos tratamientos, el comportamiento en otros países, las dinámicas del virus en el organismo humano, la fisiopatología del mismo. Eso es extremadamente importante”.

“Disfrutamos el trabajo que realizamos. Independientemente de que sea muy fuerte. Sabemos el bien que estamos haciendo. Nos gusta leer, estudiar, compartir con la familia, los amigos. Nos encanta conversar, no somos bailadores, de hecho no sabemos bailar, pero no nos puede faltar una buena película o serie. Las salidas preferidas son al ballet, al teatro, disfrutar de una buena comida y compartir con amigos cercanos en un lugar tranquilo”.

Allí, donde se es más útil

Pero sus vidas, como las de muchos médicos del mundo, han dado un giro de 180 grados desde que fuesen confirmados en Cuba los primeros casos positivos al nuevo coronavirus. Desde entonces, sus días y noches transcurren en el hospital, y todo afuera parece estar detenido, porque lo importante es ganar tiempo a esta batalla contra una pandemia que ya cobra 50 mil vidas. Estas cifras ponen al descubierto una de las peores crisis internacionales que jamás imaginamos conocer, y es inevitable, entonces, preguntar por el miedo.

¿Lo han sentido? ¿Alguna vez han sentido temor?, preguntamos desde el otro lado del teléfono.

“Yo creo que nadie que tenga miedo a enfermarse pudiese trabajar con este tipo de pacientes. El miedo te paraliza, hace que cometas errores. Pero sí, hemos sentido miedo, por mis abuelos que pertenecen a la población que podría tener mayores complicaciones por este tipo de enfermedad. Por los ancianos de mi país y del mundo. Por mi esposa, Tatiana, que pudiera enfermar… Pero todos estos miedos tenemos que afrontarlos, porque el trabajo que estamos realizando es para evitar que cientos de abuelos y todo tipo de personas vulnerables que están allá afuera contraigan la enfermedad”, asegura Pablo.

Tatiana, por su parte, dice que no ha sentido miedo a enfermarse. “Desde que se estudia medicina te expones a enfermedades que puedes adquirir, por vía digestiva, respiratoria, por contacto con fluidos, sangre. El temor real, en ese sentido, es no poder evitar que los pacientes puedan tener un desenlace fatal”.

En medio de sus audios llegan otros dos testimonios: el de su colega de 34 años, el doctor Alexei Torres Figueroa, especialista en Medicina Interna del IPK, quien disecciona temores y saca a la luz esencias.

“No creo que estábamos preparados para esta epidemia. Siento que uno nunca está listo para afrontar cosas que no se esperan, pero es importante tener claro el concepto de que eres un servidor público. Siempre que tengas la oportunidad de servir es bueno, es algo positivo ayudar a quien necesite de ti”, comienza diciendo el galeno.

“¿Temor?: Siempre. Pienso que el temor es algo que te impulsa a hacer cosas que nunca pensaste hacer, porque hay alguien que espera que ofrezcas lo mejor de ti. Doy gracias porque tengo la oportunidad de junto a mis compañeros poder servir, de ser una familia, un grupo, donde cada uno depende del otro. En casa dejé a mi madre, a mi esposa, a mucha gente que quiero y estimo, pero entiendo que uno debe estar donde haga falta, donde sea más útil, y ese debe ser el principio que debe regirnos”, apuntó.

El otro audio pertenece al doctor cienfueguero Vicente Silverio Cabrera, de 32 años, especialista en Medicina Interna, que realiza su maestría en infectología en el IPK hace año y medio.

“Llevo ya 17 días en este centro. Lo más difícil es estar alejado de de la familia. El miedo se siente todos los días, no solo por estar en peligro de enfermarnos, sino por nuestra familia, amigos, que lo pudieran hacer. Pero me ha impactado la unión, el cuidado que hemos tenido los unos con los otros en este trabajo de equipo. Esos aplausos han sido escuchados y han sido el motor en muchas ocasiones para seguir andando”, asegura.

El comienzo

Días antes de que se diera la noticia de que la COVID-19 ya estaba en Cuba, con el diagnóstico de los primeros casos, ya el IPK estaba alerta, asegura Tatiana.

“Desde el mes de enero, cuando se empieza a informar del brote de casos con síntomas respiratorios causados por el nuevo coronavirus, los médicos que prestamos asistencia en el IPK comenzamos a informarnos sobre la situación epidemiológica, clínica de estos casos, pero realmente lo veíamos bastante lejos. Al pasar de los días, en febrero, ya comenzamos a ver esta amenaza mucho más próxima a nuestro continente y país”, rememora.

“No demoramos en comenzar a tomar varias medidas. Se crea un grupo de cinco médicos que estarían al frente de la atención inmediata de estos casos que entrarían al país con altas sospechas de presentar la infección por el nuevo coronavirus: la doctora Odalys Marrero, intensivista de nuestro centro, la doctora Nuris Lien Herrera, clínica; la doctora Ányeris Cárdenas, también clínica, al igual que el doctor José Antonio Rodríguez Bacallao”.

De este grupo, también forma parte la doctora Tatiana. Según explica esta joven galena, por parte de la dirección del hospital se comienzan a confeccionar protocolos de manejo para estos pacientes, donde se describían aspectos clínicos, epidemiológicos, se daban a conocer los conceptos de qué era un caso sospechoso, un caso confirmado, cómo debía ser el traslado de los enfermos y la recepción de los mismos, cuáles eran los criterios de alta, cómo sería la toma de la muestra y su traslado hacia el IPK, y también se abordaron las normas de bioseguridad que debía seguirse en estos casos.

Este grupo comenzó a hacer guardias de 24 horas de trabajo y 72 horas de descanso en la sala E, con cierto diseño para la atención de estos pacientes, expone Tatiana.

“Durante la guardia llegamos a recibir entre 30 y 50 ambulancias que venían con casos que cumplían con los criterios clínicos y epidemiológicos como sospechosos de la COVID-19. Hasta que el 11 de marzo se da la noticia de los primeros casos confirmados y ya ese mismo día se comenzaron a realizar cambios en cuanto a la guardia por normas de bioseguridad. Los médicos, los enfermeros…el personal que estaría en contacto con estos pacientes, no debería salir del hospital”, recuerda.

Cuando se informó del diagnóstico de los primeros casos positivos para la COVID-19 en nuestro país, Pablo se encontraba trabajando en el hospital Freire de Andrade. “Ya en ese momento, y desde un tiempo antes, la doctora Tatiana, mi esposa, y otro grupo de jóvenes médicos se encontraban en el IPK preparándose para la posible entrada del coronavirus y recepcionando los primeros casos sospechosos”.

En ese momento, conociendo la situación que se estaba viviendo en el país, y en específico en el IPK, donde se necesitaban médicos externos a la institución para conformar el segundo grupo de profesionales que atendería a los pacientes con alta sospecha y con diagnóstico de la enfermedad, tomé la decisión de que donde más útil yo podía ser era ahí.

“Solicité a la dirección del centro unirme de forma voluntaria a ese segundo grupo, e inmediatamente ellos hicieron la solicitud a la dirección de mi hospital, de la cual conté todo el tiempo con el apoyo para cumplir esta tarea”. Explica Pablo.

De una forma o de otra, insiste, el IPK siempre ha estado presente en mi vida. “En este hospital mis padres se hicieron microbiólogos y virólogos y desde que tengo uso de razón mi madre trabaja aquí. Buena parte de mi infancia la pasé en los pasillos de esta institución, en su museo, en los planes vacacionales, hasta en las reuniones del Partido, cuando mi madre no tenía un lugar donde poderme dejar. Y cuando fui creciendo, durante la carrera de Medicina, me hice un poco más cercano a este importante centro y aquí realicé varios de los trabajos investigativos que presenté durante mis estudios”, rememora.

“Ya cuando llegó el sexto año, mi perspectiva sobre el hospital cambió de una manera radical. Tuve una rotación como interno por el mismo, y aquellas personas que conocía de muchos años cambió por completo mi forma de verlas, y las empecé a ver como profesores, científicos, investigadores, y mi respeto por ellos y por el centro aumentó de una manera considerable”, refiere.

Para entonces, dice Pablo que ya se sentía muy atraído por la infectología, “y tanto fue así que durante mi residencia de Medicina desarrollé mi trabajo de culminación de tesis en este hospital, relacionado con VIH y la mortalidad en las personas que lo padecen. Así que he estado de cierta forma en mi vida profesional reciente relacionado con el IPK, y ahora no iba a ser diferente”, cuenta.

“Y así, tuve el orgullo de pasar a formar parte de esta labor el 21 de marzo, junto a otros siete profesionales que tendrían la misión de atender a los pacientes infectados por la COVID-19 en el hospital del IPK, así como aquellos con alta sospecha del mismo.

Este grupo se encuentra conformado por 8 médicos, entre los que se encuentra un inmunólogo, el doctor Juan Junco, una pediatra, la doctora Yamisleydi Pérez, y seis clínicos, entre los que nos encontramos la doctora Anet Navarro, el doctor Alexei Torres, la doctora Tatiana Prieto, el doctor Vicente Silverio y yo”, enumera.

Un día entre los últimos 14

Cada día, de estos 14 vividos en la sala E del IPK, desde ya deja recuerdos imborrables en la vida de ambos médicos cubanos. Tatiana enumera en orden milimétrico las tareas de un día:

“Nos levantamos a las 7:00 A.M y ya a las 8: 00 AM estamos en la sala. Desayunamos y esperamos que los pacientes lo hagan, mientras nos vamos preparando para poder interrogarlos y examinarlos después. A pesar de conocer el alto grado de contagio de esta infección, tratamos de que en el tiempo que estemos dentro de la habitación no se nos escape algún detalle clínico, que nos pueda sugerir una mala evolución de los pacientes”, explica la experta.

“Una vez concluida esa etapa, nos dedicamos a escribir las indicaciones de tratamiento de cada uno de los enfermos y a detallar en las historias clínicas su evolución diaria. Almorzamos en la sala, permanecemos allí hasta las 5: 00 PM, y al terminar nos dividimos con los demás médicos que se encuentran trabajando en las demás salas, para que se queden dos médicos de guardia a cargo de todo el hospital, hasta las 8: 00 AM del día siguiente”.

A esta secuencia Pablo suma otras. “La parte más compleja de nuestras actividades diarias es el momento en que nos enfrentamos a los pacientes”, opina.

“Todo empieza desde el momento en que comenzamos a vestirnos con los trajes que nos brindan protección. Son trajes que cubren el cuerpo completo, la cabeza, los pies. Utilizamos guantes de látex, nasobucos con características especiales, que permiten filtrar partículas tan pequeñas como los virus y espejuelos protectores para evitar que ninguna partícula de saliva o fluidos corporales del paciente pueda caer en la mucosa conjuntival”, explica.

“Vestirse y desvestirse con estos trajes lleva una técnica particular, la cual debemos seguir al pie de la letra, para evitar ponernos en contacto con las partículas virales. Son bastante incómodos de utilizar, pues generan mucho calor, y cuando nos los quitamos generalmente estamos sudados y agotados por su uso”, dice.

No menos incómodos en cuanto a la vestimenta son los nasobucos. “Quedan muy ajustados a la cara, e incluso a veces nos lastiman, al igual que las gafas, las cuales por el mismo sudor a veces se nos empañan y se nos vuelve engorroso ver a una distancia mayor de unos metros”.

Independientemente de ello, apunta, “cuando estamos en la habitación del paciente tratamos de brindarle la mejor atención posible, de interrogar exhaustivamente, buscar cualquier síntoma, o signo de agravamiento clínico de los mismos, y en cuanto al examen físico nos centramos sobre todo en el del sistema respiratorio, que es donde primeramente aparecen las complicaciones”.

Para Pablo, otro momento complejo del día es cuando deben enfrentarse a un paciente con un cuadro de empeoramiento, al cual necesitan entonces realizarle una serie de pruebas, las cuales están protocolizadas en el hospital: rayos x de tórax, análisis de sangre, un ionograma con gasometría.

“Entonces tenemos que tomar la difícil decisión de si ese paciente tiene realmente el criterio del traslado a una sala de cuidados intensivos o si haciendo algunos cambios o tomando medidas en su tratamiento en la misma sala, pudiera tener una mejoría. Son situaciones difíciles a las que nos enfrentamos”.

“En la sala en la que estamos trabajando, por como se ha manifestado la enfermedad en Cuba, tenemos algunos pacientes extranjeros ingresados”, señala Pablo.

De ahí que una complejidad de la situación es, por ejemplo, el idioma, “pues muchos de ellos dominan el inglés, y aunque nosotros sabemos el idioma lo suficientemente bien como para podernos comunicar con ellos, es una experiencia nueva en nuestras vidas, a la cual antes no nos habíamos enfrentado. Esa de prestar una asistencia total a pacientes que hablaran otra lengua”.

“A las 5 de la tarde, cuando acaba la jornada y llegamos al cuarto, lo hacemos bastante agotados, por la presión psicológica y física a la que nos somete este trabajo”, refiere.

No obstante, alude, los días de la guardia pueden fluctuar. Hay algunos más tranquilos, otros más movidos en los que hay pacientes que a veces se complican en la madrugada o hay una llegada constante de ambulancias.

“Y entonces todos estos casos que suben a sala, después de haberse clasificado, tenemos que volverlos a ver en sala, definir realmente su condición clínica, y si necesitamos hacer algún cambio en las indicaciones de medicamentos u otro tratamiento médico de enfermería que el paciente pueda necesitar”.

Más de un reto

La experiencia de estos últimos días ha resultado ser un reto tanto en nuestra vida profesional como personal, asegura Pablo.

“Esta situación ha llegado para unirnos más, para demostrarnos lo importante que es tener al lado una persona en la que confías, en la cual puedas apoyarte en su hombro en el momento en que flaqueas, y lo importante que es mantenerte firme ante cualquier situación por muy extrema que pueda parecer”, comenta.

Para este médico, lo que hoy estamos viviendo no tiene precedentes. “Creo que nos ha ayudado a formarnos, a hacernos mejores profesionales, a recalcar lo importante que es el humanismo en esta profesión que ejercemos. Pero además de eso, nos ha hecho estudiar mucho, leer, prepararnos, consultar la última bibliografía para prestar la mejor atención a nuestros pacientes”, apunta.

Es el sentir también de Tatiana, a quien cómo infectóloga, esta experiencia le ha servido, dice, para aumentar su formación. “Durante la maestría nosotros aprendemos de forma teórica muchas normas de bioseguridad, aprendemos sobre Microbiología, sobre la clínica de muchas de las enfermedades infecciosas, pero durante estos 14 días hemos practicado como cuidarnos, cómo enfrentar una pandemia”, explicó.

La gratitud tiene rostro

¿Cuántas anécdotas o lecciones pueden acumularse en solo dos semanas? Para Pablo, Tatiana o el resto de sus colegas, son innumerables.

“Hemos tenido pacientes que han enfrentado la enfermedad de forma muy positiva y han ingresado con una sonrisa y con esa misma sonrisa han egresado. Ese tipo de pacientes nos llena de mucho optimismo y energía positiva. Hay pacientes, sin embargo, a los que hemos tenido que darles mucho apoyo emocional, porque han estado derrumbados en el momento en el que ingresan y solamente hemos podido sacarles una sonrisa de sus caras en el momento en que les damos la respuesta de que su prueba finalmente resultó ser negativa”, explica Pablo, y en sus palabras parece dibujar los rostros.

“También pacientes ingratos, pacientes que no han sabido valorar nuestro trabajo, que en un momento u otro no han hecho todo lo posible por mantenernos a nosotros a salvo y han incumplido reglas básicas de bioseguridad que se las explicamos desde el momento en que ingresan, pero realmente son los menos. La mayoría son aquellos que salen agradecidos no solo con los médicos, sino también con los enfermeros, el personal de limpieza, de servicio, y con el sistema de salud de nuestro país que ofrece atención de forma universal y gratuita a todo aquel que lo necesite”, remarcó.

Tatiana recuerda especialmente el día en el que entraron a la sala, porque llevaban ingresados allí varios días los tres pacientes italianos, primeros casos positivos a la COVID-19 en el país. “Son personas realmente muy educadas, muy agradecidas y nobles. Y en todo momento tuvieron hacia nosotros un respeto inmenso. El día que les comunicamos que estaban con PSR negativo solo agradecían, aunque hablaban italiano. Pero llegaron a utilizar muchas frases en español que aprendieron de nosotros y decían muy frecuentemente: gracias, gracias”.

“Luego nos hicieron llegar la carta que se ha publicado en varias redes sociales, agradeciendo a Cuba, a los médicos, a los trabajadores de la salud su trabajo y desempeño, dice la joven doctora.

Tampoco olvida Tatiana el día en que recibió el alta el primer paciente egresado como curado de coronavirus en Cuba. “El muchacho de Villa Clara realmente saltaba, gritaba, no sabía qué hacer. Un joven extremadamente respetuoso, al igual que su compañera. Enseguida quisieron tirarse fotos con nosotros, preguntando si la podían publicar, si podían hacer comentarios, si podían agradecer. Fue un día que nos llenó de mucha energía positiva”, recuerda.

Pero todos los momentos no fueron así, hay algunos que quisiera borrar.

“Hubo una paciente nuestra que llevaba días de evolución clínica favorable y estábamos preparando su egreso, pero esperábamos los resultados del segundo PSR que se le había realizado para poder darle de alta. Cuando revisamos el resultado, había llegado positivo, y a la hora de comunicárselo tuvo una reacción exagerada. Comenzó a gritar, se despojó de sus medios de protección, se nos lanzó encima, y sin temor a enfermarnos. Al personal de salud que estaba en ese momento en la sala nos ofendió, lloró mucho. En ese momento nos sentimos mal, tensos. La logramos calmar, que entrara en razón y después, al paso de las horas, llegó a pedirnos disculpas. Entendimos que tenía un alto nivel de desespero por egresar, ver a su familia, pero fue muy difícil”, rememora.

Un aplauso que se escucha

“Cuando nos enteramos a través de las redes sociales y de la televisión que nuestro pueblo había tenido esa magnífica iniciativa de aplaudir a las 9 de la noche, junto con el cañonazo, a todo el personal de salud que nos encontramos trabajando con los pacientes afectados y sospechosos de COVID-19, nos sentimos muy emocionados”, afirma Pablo.

“Pienso que esos aplausos traducen el sentir de un pueblo, una conciencia social. Traducen el reconocimiento de toda persona al trabajo que se está realizando arduamente. No creo que sea justo dedicárselo solo al personal de la salud, porque este esfuerzo va más allá. No solamente somos médicos, enfermeros, técnicos. Hay mucha gente, que no son profesionales, pero sí son indispensables para nosotros poder cumplir nuestra tarea; desde las que cocinan, limpian, arreglan un equipo cuando se rompe, cambian una lámpara, destupen un baño. Esas personan también son extremadamente importantes para que esta maquinaria no se pare y podamos seguir haciendo nuestra parte”, insiste Pablo.

¿Y por qué no?, creo que este aplauso también debe ser para aquellos cubanos que desde su pedacito, desde su hogar, están cumpliendo con las medidas recomendadaspor el Ministerio de Salud Pública del país. Porque solo con ese apoyo, esa conciencia de hacer lo correcto en nuestra comunidad, es que vamos a ganar la batalla contra la COVID- 19”, asegura..

El día que esto termine, ¿qué deseas?

“Cuando esta pandemia llegue a su fin y se convierta en una página más de la historia de la humanidad, me gustaría que no solo nos haya dejado recuerdos negativos, como el miedo, la desesperación, los enfermos, los fallecidos. Me gustaría que nos dejara lecciones positivas y que nos sentáramos a reflexionar como pueblo, como humanidad acerca de las mismas. De cómo en este tiempo, con un cambio en nuestros estilos de vida, se ha podido regenerar un poco la capa de ozono, cómo nuestro planeta desde el espacio se ve un poco más verde, cómo las especies animales han recobrado espacios de los que las habíamos desplazado hace tiempo, de cómo las energías renovables han desplazado a los hidrocarburos, de que nos sentemos a reflexionar sobre la magnitud y la importancia de lo que es un beso, un abrazo, un simple estrechón de manos”.

“Me gustaría que en nuestro país los jóvenes siguiéramos dando el paso adelante para asumir tareas de tal magnitud y demostrar que estamos listos para el relevo, en este país que tiene una historia rica, linda, llena de sacrificios, héroes, sangre y lágrimas, sudor, pero una historia digna y que nos hace orgullosos de llamarnos cubanos”.

Tatiana piensa en días un poco más cercanos y en materializar sueños. “Cuando salgamos de la cuarentena queremos abrazar a nuestra familia. Un abrazo grande, fuerte, que encierre toda la nostalgia que hemos sentido al estar lejos de ellos”.

Cuando le dimos la noticia a la familia, la cara de mi mamá y de mi hermana se llenaron de temor, de preguntas. El de mi padre fue un rostro de orgullo. “Nuestros abuelos al principio no lo entendieron, lo vieron como un elevado riesgo al que nos expondríamos, pero poco a poco se dieron cuenta de que era nuestro deber como médicos”, refiere la muchacha.

“Si bien en un primer momento pudieron tener dudas sobre la misión que íbamos a cumplir, en la cual evidentemente íbamos a poner en riesgo nuestra salud, siempre comprendieron la importancia y se sintieron orgullosos de la decisión que habíamos tomado”, agrega Pablo.

Y nada es más simbólico, que el deseo que recorre hace días la mente y el corazón de esta pareja de jóvenes héroes: “Cuando termine esta situación en el país, también queremos ser padres, y en un futuro muy próximo, seguir superándonos para llegar a ser mejores profesionales”.

En Video, un mensaje para los cubanos de Tatiana y Pablo, una pareja de médicos del IPK que lucha contra la COVID-19

Tomado de Cuba Por Siempre.

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