
Por: Armando Sáez Chávez
Mi redacción, de niño, fue muy atropellada. Siempre presuroso en terminar la tarea escolar para ir a jugar, por lo general escribía a golpe de impulsos, más intuitivos que racionales. Luego, el resultado del texto ya se lo podrá imaginar el lector: desastroso.
Empero, mi desespero por reunirme con la chiquillada del barrio tenía un gran escollo por sortear. La censura de la calidad de mis deberes con el Español, específicamente con la Gramática, venía de mi madre, una persona meticulosamente pertinaz con el uso del idioma, a pesar de no sobrepasar el sexto grado de escolaridad.